Me siento muy identificada con el síndrome de Ulises. Yo no lo he tenido diagnosticado, pero sin duda algo muy parecido he sufrido.
Durante algo más de cuatro años viví en el estado de Georgia, en Estados Unidos. En ese tiempo obviamente tienes tiempo para conocer gente, crear vínculos afectivos, y adoptar hábitos y costumbres. Era la primera vez que vivía en un lugar distinto a la vivienda familiar por lo que la nostalgia, la sensación de pérdida, el desarraigo, la tremenda soledad… fue muy duro de llevar. Sólo un sentimiento fortísimo hacia una persona, me hacía pensar que valía la pena todo eso. Ni siquiera tenía motivos económicos para estar a miles de kilometros de mi casa y de mi gente.
Aquella historia acabó, y regresé al lugar que me mantenía desvelada por su lejanía. A volver a ver a las personas que echaba de menos, que necesitaba tener cerca para poder abrazar y compartir mi tiempo, mis experiencias.
Pero ¡ay! al saltar el Atlántico para recuperar lo perdido, continué perdiendo afectos, cariños, seres humanos maravillosos que cuidaron de mi alma malherida con los mejores bálsamos que pudieron aplicar, su amor y su amistad.
Han pasado algo más de tres años desde entonces y sigo necesitándoles a diario. No pierdo la esperanza de volver abrazarles y darles las gracias por tanto cariño que me prodigaron cuando más huérfana y sola me encontré en mi vida.
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